domingo, 28 de septiembre de 2014

Borrascas del norte

thales.cica.es
Es el segundo domingo de otoño y el cielo está rebosante de nubes oscuras que parecen estar aguantándose todo lo que pueden las ganas de llover. Joel ha salido sin paraguas, con una chaqueta que no parece acorde a la bajada de temperaturas que le comunicó su madre por teléfono esta misma mañana. Por lo visto, el hombre del tiempo, esa figura importantísima en toda cadena de televisión, anunció que se acabó la tregua, las As grandes que aparecían en la pantalla han cambiado por Bs. Esas borrascas vienen del mismo sitio del que regresa Joel.
 
- Ya estoy acostumbrado al frío, no te preocupes, madre. Luego voy a comer a vuestra casa. Tengo muchas ganas de tu paella - contestó Joel a su madre.

Apenas unos días antes volvió a pisar aquella ciudad que en la que había vivido su niñez, adolescencia y la universidad. A pesar de notar una lenta decadencia en cada visita que hacía, todavía tenía ese encanto especial que sólo notan los que han crecido en ese enjambre de viviendas con ladrillo naranja que parece anclado en el pasado. Ya habían pasado aproximadamente 8 años desde que se despidiera de sus padres. Al principio, cada vez que hacía una visita relámpago parecía que no había pasado el tiempo y lo sobrellevaba bastante bien, pero hace unos meses Joel decidió que no quería seguir fuera. Ya encontraría trabajo, simplemente quería volver a casa.

Mientras camina por las calles con el fin de simplemente pasear y recuperar sensaciones perdidas. Se para a observar lo que sucede en un parque donde solía pasar las tardes sentado en un banco hablando con sus amigos.

- ¿Eres un fantasma o eres real? - dice una voz femenina.

Joel, sobresaltado, da un respingo y se gira. Es María, su mejor amiga en la universidad. Se abrazan y rápidamente María se suelta.

- ¿Dónde has estado metido todo este tiempo? - inquiere María con cierto tono de reprobación.
- Ya sabes cuándo y a dónde me fui - contesta Joel algo contrariado.
- Lo sé, pero me dolió mucho cómo te fuiste. Pensaba que éramos amigos.
- Y espero que aunque haya pasado tanto tiempo, lo sigamos siendo. Realmente no tuve otra alternativa. Me surgió una oportunidad que no podía rechazar y me tuve que ir prácticamente de un día para otro.
- Dejemos este tema. Dime, ¿cómo te ha ido en estos años? - pregunta de manera más relajada.
- Bien, aunque ha sido duro. Nunca terminé de adaptarme y hasta que hace unos meses me dí cuenta de que lo que quería era volver.
- Y... ¿has vuelto solo? - pregunta esta vez con una sonrisa en sus labios.
- Sí - Joel se carcajea - ¡cómo eres! Y tú ya sabes cómo soy yo.
- Un cabroncete  solitario - replica María.
- Exacto. Aunque...
- Dime - toma la iniciativa rápidamente María viendo que Joel ha parado de hablar.
- Me resulta difícil de decir.
- Ya sabes que puedes confiar en mí - responde en un tono más serio.

Joel se rasca la coronilla pensativo y balbucea, aunque parece que ya empieza a arrancar.

- ¿Sabes? Fuiste mi mejor amiga, pero al final por una razón o por otra...

Se hizo el silencio y esta vez se rascó la barbilla y empezó a tirar de los pelillos de su perilla.

- Estuve completamente colgado de ti. Tanto que decidí que lo mejor era alejarme - comenta con voz triste.

Otro silencio incómodo que se rompe al sonido de la bocina de un coche.

- Joel, me tengo que ir, ha venido mi marido a recogerme - dice María con los ojos encharcados -. Nos vemos otro día, ¿vale?
- ¡Vaya! ¡Estás casada! - comenta con un falso tono de alegría.
- Sí...

María se gira y grita "hijo, ven que nos vamos, ya ha llegado papá". La cara de Joel parece la de alguien que sufre de descomposición.

- Me alegro de que te vaya tan bien, María. Ya nos vemos.

Se dan dos besos y aparece el niño, hijo de María y del hombre del claxon. Joel se agacha y le da la mano.

- ¿Cuántos años tienes? - pregunta con voz de pito.
- ¡Casi cinco! - grita el chaval.
- ¡Qué mayor! ¿Y cómo te llamas?

María, con cara seria, tira de la mano de su hijo y empiezan andar cada vez más rápido, porque empieza a diluviar. El niño gira la cabeza.

- ¡Me llamo Joel! - grita mientras se aleja con su madre.

sábado, 19 de octubre de 2013

Un jueves por la noche cualquiera


Como cada noche especial, Cletus estaba en el bar bebiendo cerveza y quejándose del dolor de espalda, de su mujer, de la vida, de la muerte y de todo lo que se le pudiera ocurrir. Nadie le escuchaba, como ocurría en cada noche especial. Los parroquianos ya le conocían y le hicieron caso las primeras veces, pero se cansaron de atender a cada queja que salía por su boca.

- ¡Esta cerveza tiene menos lúpulo! - dijo Cletus en una de sus innumerables protestas.
- Es la misma de siempre - respondió completamente desganado Rick, el dueño del bar.

Se llegó a hacer una votación entre la clientela del bar para impedir que Cletus volviera a pisar el garito. A pesar de la aplastante mayoría, Rick se negó al veto. Su alegato fue que "Cletus es un pesado, pero me ayuda a pagar las facturas... además, éste es mi bar y aquí soy yo el que dice lo que hay que hacer. ¡Ahora a beber!". Todos acataron órdenes y se emborracharon.

- ¡Ésta es una noche especial! ¡Ponme una cerveza que tenga más lúpulo! - gritó Cletus.
- Siempre es una noche especial para ti, Cletus. Absolutamente todas las noches.
- ¡Más lúpulo!
- Pero vamos a ver, ¿sabes lo que es el lúpulo? - preguntó Rick con voz cansada.

Después de unos segundos pensativo, Cletus cogió su móvil, trató de aparentar que mantenía una conversación telefónica y se despidió de todos anunciando que "es una llamada importante, me tengo que ir". Nadie hizo caso alguno. En la cabeza de cada uno no cabían los lamentos de Cletus, todas esas mentes alcoholizadas estaban ocupadas pensando en sus propios problemas: "¿cómo recupero a mi Jennifer?", "mañana me pongo a buscar trabajo", "¡tengo que pagar las facturas!" o "ese tñido adoa faeo ají".

Cletus salió haciendo eses del tugurio de Rick y se tropezó con una hormiga que llevaba una colilla. El golpe hizo que se espabilara un poco y que le sangrara la nariz. Se levantó dolorido y cuando notó ese sabor metálico en su boca, se limpió con las mangas de la camisa. Se metió las manos en los bolsillos buscando las llaves del coche. Encontró las de casa, un pañuelo, 10 dólares y unos caramelos. A continuación dio un paso y se escuchó cómo daba una patada a las llaves del coche. Se habían caído instantes antes. Se arrodilló y buscó entre la oscuridad hasta que finalmente las encontró. Arrancó el coche y comenzó a sonar Lynyrd Skynyrd.

"Sweeeet hooome Alabaaaaama..." - se puso a cantar desafinando - "... siempre ponen las mismas canciones en la radio".

Mientras iba a pisar el acelerador, vio un destello en el horizonte y una explosión. La curiosidad hizo que decidiera acercarse a aquel lugar para ver qué había pasado. Al estar en medio de la nada, pensó que podría ser el único en saber que algo había ocurrido. Podría ser el único en grabar con el móvil aquello y vender las imágenes a alguna cadena de televisión.

15 minutos después, Cletus llegó a aquel lugar. No podía creer lo que veían sus ojos. ¿Seguía borracho? ¿se habría quedado inconsciente cuando se cayó al suelo y esto sería un sueño? No, era realidad. Un OVNI se había estrellado y estaba todo en llamas. Sacó el móvil para grabar, pero no funcionaba. Comenzó a darle golpes, le quitó la batería y la volvió a poner... pero no consiguió nada.

- No te molestes. No te va a funcionar, my friend - dijo una voz extraña por lo dulce y robótica que era.
- ¿Quién está ahí? - contestó Cletus dando un sobresalto.
- Todos llevamos inhibidores que impiden que cualquiera nos pueda grabar o hacer fotos.
- ¿Me estás vacilando? ¡Vaya nochecita llevo! - comentó después de estar 20 minutos sin quejarse.
- No temas. Nada va a pasar, pero necesito tu ayuda.

De entre las sombras salió un... bicho extraterrestre de 1'60 m de altura. El típico extraterrestre de las películas cuya nave cae en un lugar perdido de Estados Unidos. El que no es como Alf ni como E.T., el otro.

- Resulta que he cogido prestada la nave a mi padre y se me ha ido de las manos. Necesito que te vayas lejos de aquí para que mandes un mensaje a mi tío, porque, como te he dicho antes, tu móvil no va a funcionar conmigo cerca. Por eso todas las imágenes de OVNIs que tenéis son falsas. No son más que videos trucados de gente que se aburre mucho.
- Vamos a ver. Esto no puede ser. ¿Estoy soñando? - preguntó Cletus.
- No y para demostrártelo... - alzó la mano el extraterrestre.
- ¡Aaaaaaaaaaaaaaah! - comenzó a gritar por la descarga eléctrica de una especie de taser alienígena.

Después de medio minuto de convulsiones, Cletus pensó que sería mejor ayudar al bicho de las galaxias o le mataría a descargas.

- Esto lo he hecho por tu bien. Vas más borracho que yo y te necesito sobrio - razonó el alienígena.
- ¿Cómo?
- Sí, nosotros también sabemos pasárnoslo bien.
- Un momento, si quieres que te ayude, me tienes que decir cómo lo tengo que hacer. No entiendo nada de lo que está pasando.
- ¿Qué quieres saber?
- ¿De dónde vienes? Háblame sobre ti. No puedo con esta locura - replicó el granjero.
- No es tanta locura. Vengo de Kwa#qr&in. Creo que vosotros lo llamáis Kepler-69c. Allí hacemos lo mismo que vosotros, el gilipollas. Pero nosotros somos más inteligentes. No es por faltar, es algo genético.
- Pero, ¿por qué has venido hasta aquí? ¿y cómo sabes mi idioma? ¡nada tiene sentido! - exclamó de manera confusa.
- Sé tu idioma gracias a nuestra tecnología avanzada. Tengo un dispositivo que recoge mis pensamientos y los traduce a la lengua con el que mi interlocutor se siente más cómodo. No me hagas pensar mucho más que entre el accidente y las copas que llevo encima...
- ¿Copas?
- Sí. ¿No me has escuchado antes? Te he dicho que nosotros sabemos divertirnos.
- ¡Ah, sí! ¡Es verdad!
- ¡Ay! ¿Ves como somos más inteligentes los Kwa#qr&inos? - dijo el alienígena - Como te comentaba - prosiguió - he venido hasta aquí porque he tenido un accidente con la nave y he perdido el control. De todas formas, he estado por aquí muchas veces.
- ¿De verdad?
- ¿Por qué te iba a mentir?

Después de esta absurda conversación, el extraterrestre explicó a Cletus qué es lo que tenía que hacer para que pudiera mandar el mensaje a su tío del espacio exterior. Con el móvil ya preparado, se le añadió una antena. Buscaron en el coche de Cletus algo que pudiera amplificar la señal y encontraron una lata de Pringles vacía en el asiento de detrás. Con unos ajustes en el chip, podría coger más frecuencias para tener mejor cobertura. Así tenía que poner un texto en el idioma alienígena adaptado con letras en cirílico para que Cletus no pudiera leer el mensaje. Él seguía sin entender nada, pero cumplió órdenes. Se alejó, mandó el texto y volvió donde estaba el OVNI siniestrado.

- Ya he hecho todo lo que me has pedido - dijo satisfecho.
- Bien, vamos a celebrarlo. Toma, bebe.
- ¿Qué es esto?
- Tranquilo, es algo que nosotros hacemos en nuestro planeta, parecido a la cerveza.
- Mmmmmm. ¡Tiene mucho lúpulo! - comentó Cletus.

Se sentaron los dos en el capó del coche de Cletus y comenzaron a charlar como si fueran dos viejos amigos. Cuando se terminó la bebida extrasolar, un halo de luz hizo que el extraterrestre desapareciera con la nave, dejando a Cletus con su recipiente vacío en la mano y muchos otros en el suelo. Cletus no pudo hacer otra cosa que meterse dentro del coche y dormir la mona. Después de un par de horas, se despertó y, al ver que eran las 3:21 AM, supo que tenía que ir a casa. La noche se le había hecho muy larga y muy extraña. Aun así, sólo pensaba en llegar a casa y dormir más, como si no hubiera pasado nada. Como si fuera una borrachera normal la vivida. ¿Cómo podría conciliar el sueño tan fácilmente después de esa experiencia? Seguramente no le daba el cerebro para asimilar todo.

Arrancó el coche y condujo hasta su casa. Eran las 4:07. Cogió las llaves para entrar en casa. Le costó elegir la adecuada y no atinaba con el agujero de la cerradura. El ruido despertó a Pamela, la mujer de Cletus. Se escucharon unas pisadas a toda velocidad y en unos instantes apareció ella en la puerta. La abrió bruscamente.

- Siento haberte despertado. No te vas a creer...
- ¿Qué excusa me vas a contar ahora? ¿has visto la hora que es? ¿has visto las pintas que llevas? ¿y esa sangre? - preguntó enfadadísima Pam. Su cara delataba el odio más profundo resultado de una mezcla de haber sido despertada y de cabreo al ver nuevamente a su marido en ese estado.
- No, de verdad. Al salir del bar vi una luz en el horizonte...
- Mira, no me interesa. Te dije que iba a ser la última vez y lo mantengo. No te quiero ver más por aquí. Búscate una casa, una nueva vida y alguien que te aguante. Yo ya no puedo más contigo.
- ¡Escúchame! - gritó desesperado.
- ¡Adiós! - la puerta se cerró golpeando la cara de Cletus y comenzó a sangrar otra vez por la nariz.

viernes, 4 de octubre de 2013

5 de 10000‏

"Gracias. Muchas gracias por todo lo que me habéis enseñado. Ese pánico constante a cada paso que doy, me ha hecho un perdedor, un mediocre. Lo peor es que no he tenido la valentía de decíroslo a la cara...".

Cuando era niño, cada segundo lunes de septiembre, el despertador sonaba a las 8 de la mañana y era el momento de ver si yo había crecido más que mis compañeros y si las chicas de clase habían dado un paso más en su transformación a mujeres. Lo que de verdad ocurría con el paso del tiempo era que mi cara era cada vez más peculiar y mi cuerpo se fue convirtiendo en un barril. Cuando nací dijeron que era mono, pero me temo que se referían a que tenía cara de chimpancé. Con estas pintas, mis profesores me tomaban por una persona poco inteligente y garrula. A los 12 años, me empezó a salir pelusilla sobre el labio superior y un compañero de clase me dijo que como estaba gordo y tenía el bigote de Cantinflas, me iban a llamar Gordinflas. Ése fue mi mote hasta que dejé el instituto.

No todo va a ser malo en mí. Sí, soy feo, bajo, un poco obeso y no caigo bien a la gente, pero mis padres son ricos y yo soy su único hijo. Eso hizo que tuviera todo lo que se me antojara. Con tal de tenerme contento, podía pedir cualquier cosa. Recuerdo la fiesta de mi decimotercer cumpleaños y me viene una sonrisa a la cara con aquella chiquillada. Le devolví la jugada al niñato que se inventó mi mote. Ni siquiera recuerdo su nombre... incluso puede que me vengara del pipiolo equivocado. El caso es que mis padres invitaron a todos mis compañeros de clase y a sus padres. Esa fiesta se convirtió en una reunión de negocios en la que los padres fumaban puros, bebían whiskey o coñac y las mujeres criticaban el trabajo que las señoras de la limpieza hacían en sus respectivas casas y comentaban las pruebas que les ponían para ver si robaban o no. Nosotros estábamos aburridos con juegos de niños pequeños y con perdedores disfrazados de payasos o superhéroes fuera de forma. Mis padres me regalaron entre otras cosas, 100000 pesetas que pensaba que iba a utilizar en parte para comprarme juegos de la Nintendo y más caprichos que se me ocurrieran. ¿Cómo administraba mi dinero? Era muy fácil, me compraba todo lo que me apetecía y, cuando me lo gastaba todo, pedía más a mis padres. Para mí, mis progenitores eran como The Bureau of Engraving and Printing. Cuando ya no sabía de qué manera aburrirme, se me encendió la bombilla y se me ocurrió que era el momento de ajustar cuentas con... como se llamara delante de toda la clase. Seguí a Spiderman a la entrada de la casa. Fue a la furgoneta del trabajo, una Ford Transit de color blanco con globos pintados. Se quitó la careta, abrió la puerta corredera lateral, se sentó y sacó una bolsa con hierba.

- ¡Pssssss! Spiderman.
- Pero... ¿qué? - rápidamente tiró la bolsa a los asientos de detrás - ¡Menudo susto me has dado, cabezón!
- Pensaba que tu sentido arácnido te avisaría - me burlé un poco de él.
- ¡Qué graciosete eres! A ver si Spiderman te va a dar una colleja - dijo mientras levantaba su mano derecha con gesto de darme.
- ¡Eh! ¡No, tranquilo! - subí las manos para contrarrestar el posible golpe.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó asqueado.
- Nada, que me aburro... y quería saber si me podías ayudar.
- ¿En qué? - se notaba todavía más disgustado por tener que aguantarme.
- Te doy 10000 pesetas si pones un poco de eso en el pastel del niño rubio con jersey marrón.
- ¿Qué dic...?
- 15000 - grité sin darle tiempo a contestar.
- Mira, niño. No me quiero meter en líos. Me quedan tres horas aquí y quiero que se pasen sin problemas.
- 25000.
- Vete con tus amigos y déjame en paz.
- 30000.
- ¡Qué pesado eres! ¡Vete ya! -gritó.
- 50000 pesetas.
- ... - se quedó callado durante unos segundos y desafiándome me preguntó- ¿de dónde vas a sacar el dinero? Si no sabes ni atarte los cordones.
- Sí que sé - repliqué enfadado.




A continuación saqué 5 billetes de 10000 pelas con Juan Carlos I mirando hacia un lado, como si no le gustaran los chanchullos y no quisiera saber nada del trato. Spiderman los cogió se los guardó en una riñonera junto con un poco de hierba.

Al volver al jardín, estaban todos esperándome para abrir los regalos. Mi madre me agarró de la mano para que fuera donde se encontraba el montón de juguetes, calculadoras científicas o lo que hubiera ahí y me dijo que tenía que sonreír y dar las gracias. Menudo paripé. Yo aproveché para pedirle a mi madre que Spiderman cortara y repartiera los trozos de la tarta sabiendo que todo el mundo me iba a estar mirando a mí. Mi madre se acercó a Spiderman, le dio una paleta para cortar tarta y Spiderman, mirándome con su estúpida careta, fue caminando hacia donde se encontraba el postre haciéndome un gesto de negación con la cabeza. Yo le hice el gesto universal del dinero, frotando las yemas del pulgar e índice de mi mano izquierda.

- ¡Oh! ¡Qué "inserte aquí el regalo que se le ocurra" más bonito! ¡Gracias! - decía lobotomizado con la mejor de mis falsas sonrisas con cada caja que abría.

Llegó el momento de alimentarse. Había una enorme y empalagosa tarta de chocolate blanco que todo el mundo devoró. Yo estaba esperando el momento en el que el chaval explotara delante de todos, pero, por lo visto, los efectos al ingerir marihuana surgen a las horas y, cuando se acabó la comida, todos se fueron a sus respectivas casas. El lunes, a la vuelta a clase, había un sitio vacío y la profesora nos dijo que "inserte aquí el nombre que se le ocurra, porque yo no me acuerdo" estaba malo en el hospital por una intoxicación. A partir de entonces le llamaron El tóxico y le empezaron a tratar como un apestado. Estuvo con paranoias y ataques de ansiedad durante unos días y nadie supo cómo ocurrió. En esos días, no recuerdo si quería que se muriera o no, pero fue una cosa de críos.

Después de terminar mis estudios de bachillerato, le hice saber a mi padre que yo quería ganar dinero cuanto antes. Para entonces ya empezaba a tener vicios que costearme y mis padres habían empezado a cerrar el grifo un par de años atrás. Mi padre me dijo que me afiliara a las juventudes de su partido político, el PEM (Partido Ético y Moral), para hacerme un hombre de provecho. Nos llamaban Nuevas Generaciones del PEM, pero para mí eran las nuevas degeneraciones y nosotros éramos los nuevos degenerados. Desde el primer momento recibí una tarjeta de crédito, pero me decían "no te pases con los gastos". Así empecé pegando carteles, haciendo de figurante en mítines e inauguraciones y demás trabajos aburridos. Estar viendo a los peces gordos del PEM decir frases aleatorias durante horas, tener que aplaudir y estar despierto era un esfuerzo sobrenatural, así que poco a poco fui medrando para poder conseguir algún puestecillo en el que poder hacer nada sin tener que disimular mucho. La clave era poner buena cara, ver, oír y callar. Demostrar que era una persona de fiar. Una vez entras en el juego, si eres listo, te puedes dedicar a ello durante toda la vida. Así que, poco a poco, he llegado hasta donde estoy ahora.

De vez en cuando me hacen entrevistas, me increpan por la calle o me animan a seguir igual, porque soy de los suyos. Cuando más me divierto es cuando me llaman para ir de tertuliano. Me ponen en un lado de una mesa y tengo que defender mi opinión sea como sea cuando discuto con otros energúmenos. Me recuerda a cuando iba al colegio y nuestro profesor faltaba por estar enfermo y veíamos llegar al sustituto. En esos momentos, nos transformábamos en niños salvajes, como criados por lobos, y sólo se escuchaban gritos. Ese sonido, pero más grave, es el mismo que escucho en el plató de televisión y el moderador hace el papel de profesor sustituto borracho y desmotivado. Muchos días me pongo a leer emails que la gente me escribe con quejas o felicitaciones. Casi siempre son protestas o amenazas. Cuando todo va bien, nadie se acuerda de darme las gracias.

"... Nos habéis educado para teneros miedo. Pero tanto estáis estirando de la cuerda que se va a romper y, cuando así sea, la gente que no tenga nada que perder, como yo, cargará contra vosotros. Sinvergüenzas. Os habéis enriquecido a costa de gente como yo y os creéis que nosotros estamos a vuestro servicio, cuando es al revés
. Un día de estos, me mirarás a los ojos pidiéndome perdón y yo sabré que no lo dices con sinceridad, porque eres una rata.

Atentamente y con todo mi desprecio,
Pedro Gutiérrez (un parado y estafado más de tantos)".

Sinceramente, señor Gutiérrez, me importa una mierda.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

El sistema (I)


"Hijos de Nueva Europa, despertad. Hoy comienza un nuevo día repleto de retos. El futuro de Nueva Europa está en vuestras manos...".

El mensaje de buenos días de Armin Truschenko, el líder de Nueva Europa, despierta a Laszlo Pürk de su placentero y reparador sueño. Es hora de levantarse. Como todos los días, Laszlo sigue las mismas pautas. Hace las necesidades en el baño comunitario, luego se ducha, después desayuna y pocos minutos después se reune con sus compañeros para trabajar por el bien común hasta que la voz de Armin Truschenko vuelva a escucharse por los altavoces.

"... Mientras los enemigos nos atacan, nos defenderemos gracias a la unidad de todos los ciudadanos y la fidelidad a una sola bandera, bañada en la sangre de nuestros hermanos...".

Por el estrecho pasillo que une el comedor con la sala de labores caminan en orden, uno tras otro, cientos de personas como Laszlo, hasta que llega cada uno a su puesto de trabajo. La sala de labores está comunicada con diferentes pasillos que llegaban de otros pabellones-dormitorio donde descansan los ciudadanos de diversas localidades cercanas a la zona de Heiligenkreuz donde se encuentra una de las numerosas fábricas de piezas que existen en Nueva Europa.

La vida en la fábrica se divide en turnos de 12 horas. El primer turno del día es para los hombres y el segundo para las mujeres para fomentar la eficiencia y poder competir con las demás potencias mundiales. Las fábricas tienen que estar en continuo funcionamiento. Un respiro es conceder ventaja al enemigo y todos los trabajadores son conscientes de ello.

"... Gloria al Líder y a la tierra elegida por Dios,
Nueva Europa vencerá, nuestra patria sin igual,
por la justicia y la paz lucharemos hasta el final".

Después de cantar todos el himno se escuchan aplausos unánimes.

- Lazslo - susurra Jenkins.

Lazslo ignora a Jenkins y sigue a lo suyo.

- Lazslo - vuelve a insistir Jenkins.
- Déjame, estás haciendo que baje mi rendimiento - replica.
- Tengo algo que decirte.
- Muy bien, pero me lo dices dentro una hora. Voy a hacer más piezas en esta hora para que no se note la bajada de rendimiento de después... y tú deberías hacer lo mismo.
- De acuerdo - asiente Jenkins.

Las máquinas suenan siempre al mismo ritmo. Es la canción del trabajo. La melodía de la concentración para conseguir un objetivo común, la consecución de los objetivos marcados. Nada interrumpe este inquietante sonido, excepto Jenkins, que vuelve a susurrar.

- Laszlo.
- ¿Has subido el rendimiento en esta hora? - pregunta Laszlo concienciado sobre la obligatoriedad de cumplir con los objetivos marcados.
- Tengo algo que decirte - comenta Jenkins de la misma manera que una hora antes.
- Espero que sea importante - dice sin apenas mostrar interés.
- Sí, lo es. No tomes las medicinas.
- ¿Cómo dices? - responde Laszlo en alto.

La contestación de Laszlo retumba por toda la sala y todos los allí presentes se han enterado de las palabras que causan un revuelo. Por los altavoces se empieza a escuchar las palabras del responsable del área de trabajo, Georgios Galifianakis.

"Os recuerdo que el futuro de Nueva Europa depende de vosotros. Mientras vosotros descansáis, el enemigo está trabajando para destruirnos...".

Esas palabras sirven como motivación ante los segundos perdidos durante este percance, mientras varios agentes de la justicia arrestan provisionalmente a Laszlo y Jenkins.

martes, 26 de abril de 2011

Número 19



- Todo está cambiando o yo estoy cambiando. En realidad, yo creo que me están obligando a cambiar.
- ¿Por qué cree eso? - preguntó el psiquiatra, el Dr. Cliffhanger.
- Porque me están pasando cosas muy raras y la gente se está empezando a dar cuenta.
- Yo le veo igual que siempre - replicó el Dr. Cliffhanger mientras apuntaba en una libreta.

Ludwik se sentía frustrado. No entendía como aquel hombre no se daba cuenta de todo lo que le estaba pasando. Le tomaba por loco, por eso estaba allí.

- ¿Qué ve aquí? - el psiquiatra enseñó una cartulina con unos garabatos pintados en ella.
- Otra vez no. No me gusta este juego. Diga lo que diga vas a pensar que estoy loco.
- Tranquilícese, por favor. Es necesario - comentó tranquilizándole.
- Estás esperando a que diga una locura para encerrarme aquí para siempre.
- Nadie le quiere encerrar aquí para siempre. Por favor, siga el procedimiento.
- Seguro que tienes las respuestas escritas detrás.

Ludwik cogió la cartulina y le dio la vuelta. Estaba en blanco.

- Está bien. Veo fuego. Soy yo ardiendo.

Ludwik se moría por dentro por saber qué escribía el psiquiatra. No le gustaban las sesiones en el psiquiatra, no le gustaba el Dr. Cliffhanger, odiaba su vida e internamente sabía que no iba a salir de allí. Nada iba a cambiar. Estaba defectuoso. Ya no servía para su propósito y nadie quería que "contaminara" a los demás.

- Bien, ¿qué ve en esta otra cartulina?
- ¿Cuántas quedan? Ya te he dicho que no quiero seguir con esto.
- Por favor, es por su bien. Queda ésta y otra más y ya habremos terminado por hoy.
- ¡No sois más que unos malditos cabrones! ¡Ya no os sirvo y me tenéis en el limbo, volviéndome loco!

Ludwik se levantó y empezó a romper las cartulinas y trató de arrancar las hojas del cuaderno, pero lo guardias de seguridad le redujeron a tiempo. Le administraron un sedante y se quedó suave como un cachorro escuchando latir el corazón de su madre, durmiéndose lentamente.

Despertó en una habitación de mayor seguridad hasta que se le pasara la agresividad que llevaba dentro. Le ingresaron un año y dos meses antes, por atacar a sus compañeros de la fábrica donde trabajaba. Agredió a tres compañeros y cuando se dispuso a ir a por el cuarto, cayó desplomado, totalmente inconsciente. Pasó por el hospital. Después de que no encontraran nada raro en las pruebas que le realizaron, decidieron que lo mejor era ingresarle en esta institución mental. La diferencia entre Ludwik y los demás era que el resto de los ingresados ya no tenía ese comportamiento agresivo y Ludwik cada vez era más impredecible y violento. En cada ataque, su piel tomaba una tonalidad roja, como si él mismo fuera un volcán en erupción y la sangre fuera la lava. Hasta parecía que su pelo había pasado de ser rubio a pelirrojo.

- ¡Otra vez no! ¡Dejadme salir de aquí! ¡Me estáis volviendo loco!

Se escuchaban los gritos por todo el pasillo hasta que entraron dos guardias que custodiaban ese área, le redujeron y le administraron otro calmante. Los días pasaban entre gritos y calmantes.

Dos años después, Ludwik Achtzehnhaft volvió a encontrarse con los demás compañeros del psiquiátrico en el patio trasero, donde podían salir al exterior. No había nada alrededor del edificio. Podría ser una isla, estar dentro de una cúpula cerrada y con luz artificial, podría ser una pesadilla; pero, en definitiva, Ludwik pensaba que ése iba a ser su hogar hasta el fin de sus días. Después de casi año y medio de ataques de ira cada vez más fuertes, llevaba más de 6 meses sin sufrir ninguno y con un caracter cada vez más afable. Su aspecto volvió a la normalidad, su pelo volvió a ser rubio y su piel blanca y reluciente al sol.

Los guardias de seguridad estaban avisados de los posibles incidentes que podría ocasionar la "reinserción" de Ludwik en el grupo de 50 personas que había allí. Todos fueron ingresados por comportamientos violentos en situaciones aparentemente normales, pero ninguno había causado tantos problemas como el número 19, como llamaban a Ludwik. El jefe de seguridad, Stojan Harasić, un soldado retirado de 54 años, dio la señal para que permanecieran todos alerta. Stojan se había encargado los dos últimos años de que el encierro de Ludwik fuera lo más tormentoso posible. Solía despertarle mientras dormía entrando en su habitación echándole un cubo de agua sucia encima, de esa manera hizo que estuviera tan cansado que no tuviera fuerzas para reaccionar contra los guardias, sus compañeros, la institución mental, la sociedad... pasó de ser un ente violento a un fantasma con una placa que le identificaba como el número 19.

Se escuchaba un murmullo decir al unísono "es el número 19". Pese a la expectación, no había emoción en el reencuentro. Era como un día normal, como todos los días normales anteriores que tuvieron y los días normales que iba a haber en el futuro. Allí nada cambiaba excepto la gente, lo cual era un detalle menor para la institución.

- Buenos... - Ludwik no supo cómo seguir - ¿qué hora es? - preguntó.
- Bienvenido, número 19 - respondió el número 34 sin mover apenas la boca.
- ¿Qué hora es? - volvió a preguntar con la misma expresión.
- Bienvenido, número 19 - respondió el número 22 de la misma manera que el número 34 y de igual modo que cada uno de los habitantes que vivían allí.

Ludwik se dio cuenta de que todos tenían el mismo aspecto y supuso que él también luciría la misma cara arrugada y triste y desde ese momento dejó de pensar en sí mismo como Ludwik Achtzehnhaft, era el número 19 de la institución mental de... ese lugar desconocido con clima aburrido. Así pues, el número 19 era un número despreciable más.

Stojan cogió del brazo al número 19 y se lo llevó a la sala del psiquiatra. Stojan golpeó la puerta y el Dr. Cliffhanger, que estaba mirando por la ventana, se giró y le hizo un gesto para que dejara al número 19 atado en la silla.

- Bien, bien. Por fin ha llegado el momento que llevábamos esperando desde hace unos meses - comentó el doctor con sonrisa malévola.
- ¿Tenías ganas de volver? ¿eh? - se mofó Stojan a la vez que con la mano despeinaba al número 19, mientras éste no se inmutaba.
- Sí - respondió con un hilo de voz el número 19.
- Pues aquí estás. Alegra esa cara - añadió Stojan mientras se reía y le daba con la mano abierta a la altura del cuello.
- Muy bien, Stojan. Ya basta de tonterías - dijo con tono severo -. Veamos, número 19. Vuelve a estar fuera después de 2 años.
- Sí.
- ¿Cómo se siente?
- Bien.
- ¿Qué me dice si vemos las cartulinas? - comentó el doctor con temor de una reacción violenta.
- Bien - respondía tranquilamente el número 19.
- ¿Qué ve aquí?
- ¿Cómo están mi mujer y mis hijas? - preguntó serenamente.
- ¿Cómo? ¿de qué me está hablando, número 19? Siga el procedimiento - contestó sorprendido.
- Veo un hombre en llamas.
- ¿Y en ésta qué ve? - volvió a inquirir.
- ¿Cómo están mi mujer y mis hijas?
- Siga el procedimiento, número 19 - si los dientes del Dr. Cliffhanger hubieran sido dos piedras, habrían saltado chispas.
- ¿Cómo están mi mujer y mis hijas? - volvió a repetir en el mismo monotono.
- ¡Ya está bien! ¿de qué está hablando? ¿qué mujer? ¿qué hijas? Usted nunca ha tenido mujer ni hijas.
- ¡Quiero saber cómo están mi mujer y mis hijas! - gritó finalmente Ludwik.
- ¡Stojan! - gritó el psiquiatra.
- ¡Vaya! tenemos un alborotador por aquí - dijo Stojan al entrar por la puerta.

Ludwik se comenzó a poner colorado y tanto Stojan como el Dr. Cliffhanger se quedaron paralizados observándole. La placa con el número 19 empezó a arder, así como sus puños- El pelo se ondulaba hacia arriba, como serpientes encantadas. Rápidamente se deshizo de los agarres que le tenían atado y se dio la vuelta, miró a Stojan con los ojos completamente rojos de fuego e ira.

- ¿Quién se ríe ahora? - dijo Ludwik a Stojan con voz diabólica.
- Venga, vamos a ver de lo que eres capaz - le replicó.

Ludwik comenzó a arder por completo y la cara de Stojan pasó de cierta confianza a preocupación. El psiquiatra, mientrás, estaba escondido debajo de la mesa esperando que la experiencia que tenía Stojan fuera determinante.

Ludwik llevaba un minuto en llamas y estaba decidido a atacar todo lo que tuviera delante. Stojan sacó el arma y le disparó en el pecho, pero no consiguió pararle. Stojan recibió un puñetazo que le quemó la cara y le tiró al suelo. Justo en el momento en el que Stojan estaba en el suelo tratando de apagar la hoguera que había comenzado en el mentón y Ludwik estaba preparado para dar el golpe de gracia, se empezaron a escuchar pitidos que provenían del techo de la habitación.

martes, 9 de noviembre de 2010

Verde, ámbar y rojo

"Sólo quedan tres semáforos" - se consolaba.

- ¡Vamos! ¡Ponte en verde ya!

No podía aguantar 10 minutos más. Todo el stress que llevaba encima tenía que salir, pero debía de esperar. No era momento aún.

Justo al ponerse el semáforo en verde, Paul empezó a dar golpes al volante, haciendo sonar el claxon. Llegaba con retraso a su cita de todos los días y no podía permitir que se le pudiera pasar el turno.

- ¡Gilipollas! Que ya está en verde.

El coche de delante se había calado. Justo en ese momento, en el día que llegaba tarde, con lo puntual que solía ser.

Dio un volantazo y se puso en el carril del medio para girar a la derecha en la siguiente bocacalle.

"Tranquilo. Dos semáforos".

Por ese infortunio, el siguiente semáforo pasó de ámbar a rojo antes de que pudiera saltárselo.

- Hola, ¿quieres que te cambie la vida? - preguntó una mujer con unos labios obscenos y exageradamente mal pintados, mucho colorete en la cara y con unos ojos que eran un oasis en medio de las arrugas.

- No. Estoy muy bien como estoy - contestó de la manera más seca posible.

Mientras Paul se inclinaba al asiento del copiloto para darle a la manivela que sube la ventanilla, pero la mujer se apoyó en ella. Se dio cuenta de que llevaba una mochila colgada a la espalda. Seguramente tendría dentro toallas para limpiarse.

- Vamos, no te vas a arrepentir. ¿De verdad que no quieres saborear este cuerpo? - dijo mientras se llevaba el cigarro a la boca para, a continuación, manosear sus pechos.

- No, de verdad, llego tarde.

- Todo puede esperar. Un momento conmigo y te puedo llevar al cielo o al infierno, donde tú quieras.

- El semáforo se va a poner en verde, apártate.

- Déjame subir y querrás repetir, cariño - la prostituta estaba cada vez más seria. No se daba por vencida, como si nunca hubiera sufrido un rechazo y tuviera que mantener una reputación.

Una mujer mayor pasaba por ahí con unas bolsas de la compra y miró a Paul con cara de desaprobación. Paul le contestó con un corte de mangas.

- Váyase a la mierda, señora... - dijo gritando - y tú también - bajó la voz dirigiéndose a la prostituta.

- No te vas a olvidar de mi cara.

La prostituta sacó una botella de whiskey de la mochila, la abrió y le echó un chorro a Paul, se apartó del coche y comenzó a andar rápido.

- ¿Qué haces?... claro que no me voy a olvidar de tu cara. ¡Eres muy fea! - gritó hacia la prostituta.

El semáforo se abrió justo cuando estaba chillando a la prostituta y Paul aceleró pisando el acelerador a fondo. Pasados unos metros notó cómo el coche pegó dos botes y frenó.

En el suelo yacía la prostituta y Paul apestaba a whiskey.

jueves, 26 de agosto de 2010

1274 ovejas balando en mi casa


El viento silba y hace que choque cada lámina de la persiana entre sí. Es zarandeada hacia delante y hacia atrás provocando pequeños golpes secos. Nada puede hacer, está a merced del furioso aire.
Los perros ladran asustados. Se comunican entre ellos avisándose del estruendo.
Los dueños de los perros les chistan sin conseguir que paren.
Un coche pasa por la calle con la música bastante alta. Apenas he podido escuchar una guitarra distorsionada por la velocidad del vehículo. He reconocido la canción y se me ha metido en la cabeza.
Mi dormitorio está pegando, pared con pared, cabecero con cabecero, con el del vecino y ronca como un bulldog francés de 1 m y 80 cm y 100 kg de peso. Gracias, pladur.
Me relajaría oír a los grillos, pero no viven cerca de este campo de asfalto. Ni me molesto en preguntar por las estrellas.
Estoy tumbado de lado y noto cómo me palpita cada músculo y me siento a disgusto. La novedad del cambio de lado, rápidamente se vuelve familiar, hasta acabar bocabajo, con mi perfil bueno apoyado en la almohada que ahora noto demasiado alta.
Cuando más o menos estoy acostumbrado a esta postura, noto mi corazón latiendo a doble bombo. No es que quiera que pare, lo que quiero es no estar pendiente de todos estos ruidos.
Comienzo a contar ovejas y no paran de balar. No atienden a razones, así que no les voy a pedir que salten vallas de una en una.
Una, dos, tres, cuatro... En efecto, no puedo dormir.